
Tengo que reconocer que casi todo lo que había visto de este famoso director, Kitano, me había parecido horroroso, desde la insoportable
'Dolls' hasta la insulsa
'Hana-Bi', pasando por algunas más cuyos títulos no me apetece recordar por aquello de no malgastar mi precioso tiempo. Caundo vi
'Zatoichi', cosa que hice muy a disgusto, me llevé una sorpresa, ya que ese film no me desagradó, y aunque no me parece una maravilla, me lo pasé bien. Pero ahí me quedé, el recuerdo de los otros espantos hacían que yo no le volviese a da una nueva oportunidad a un director que me había hecho pasar muy malos momentos. Sin embargo, mi gran colega bloggero
Chico Viejo, gracias a
nuestro famoso duelo y también a que sabe insistirme de forma inteligente para que vea ciertas películas, logró que viera
'El Verano de Kikujiro', una de las películas que más me he resisitido a ver, debido a
estúpidos prejuicios que un servidor tenía.
En un primer visionado me quedé dormido a la media hora, pero no por la película en sí, sino porque estaba extramadamente cansado. De lo que había visto no quería opinar nada, ya que una película hay que verla entera para poder opinar con criterio. Días después y con ganas volví a cogerla desde el principio, como debe ser. No tolero ni aguanto a esos que ven las películas partidas, hoy media hora y mañana el resto. Así pues, a las dos horas de empezar, más o menos, llegué a la conclusión de que
'El Verando de Kikujiro' ha sido
uno de los visionados más satisfactorios que he visto en los últimos años, por muchos diversos motivos.
Para empezar, y dado que a mí el señor Kitano no me suele gustar, me he llevado una completa sorpresa, tanto en su trabajo de dirección, como en su interpretación de un personaje sencillamente maravilloso. Nunca he negado que este señor tiene una forma muy característica de interpretar, y puede que haya mucha gente que no conecte con esa forma, me consta. Sin embargo, aquí está que se sale. Su personaje es de los que no se olvidan, aunque en un principio resulte un poco extraña la forma en la que se introduce en la historia, luego se le termina cogiendo cariño.

El film narra la amistad que surge entre un niño que no tiene a nadie en el mundo, y que cuando llegan las vacaciones de verano, a parte de aburrirse soberanamente, se siente enormemente solo. Entrará en escena Kikujiro, amigo de la familia que le ayudará a buscar a su madre, en un viaje en el que se irán conociendo poco a poco, y se convertirá en toda una odisea para el niño. Algo que nunca podrá olvidar.
En esa relación está el mayor acierto del film. Una relación que demuestra que hay gente que tiene una enorme valía no sólo por lo que son, sino por cómo hacen ver las cosas para que uno siempre se sienta bien. Algo muy remarcado en el personaje de Kitano, eje central de la historia y del que prácticamente se ramifican todos los demás personajes, algunos de ellos muy estrafalarios la verdad, pero que no dejan de tener su encanto.
Kitanto consigue un perfecto equilibrio entre realidad y fantasía, sin cargar demasiado las tintas en el segundo punto, aunque por momentos algunas escenas oníricas estén de más por demasiado evidentes. Salvo quizá la última, que por lógica es la mejor. Una escena que representa maravillosamente cómo un niño puede llegar a ver ciertas cosas. Kitano le brinda en bandeja una representación de lo que en ese momento son sus héroes. Los héroes que todos hemos tenido cuando una vez fuímos niños.
En el trabajo interpretativo evidentemente sobresalen sus dos protagonistas principales,
Takeshi Kitano, y
Yusuke Sekiguchi que interpreta a un niño, y para mi asombro no está inaguantable, que es como suelen estar la mayoría de los niños en el cine. Éste está sencillamente perfecto en su papel.
La historia podría haber caído perfectamente en la sensiblería más descarada, ya que se presta a ello. Sin embargo, Kitano rehuye totalmente de eso, aunque logra, eso sí, momentos muy emotivos,

sobre todo el final, que tuve que ver dos veces por lo precioso que me resultó. Un final que para nada entra en los convencionalismos que estamos acostumbrados a ver. Un final glorioso que demuestra lo efímero que pueden ser las cosas más importantes de nuestras vidas, y cómo un persona puede marcar la diferencia entre sentirnos bien con nosotros mismos o caminar siempre con la cabeza baja. Maravilloso cierre a una gran pelíccula, que goza de una historia sencillamente maravillosa, unos personajes sencillamente encantadores, y sobre todo una banda sonora de
Joe Hisaishi sencillamente impresionante, la cual apoya cada momento del film, hasta tal punto que es de esas banda sonoras que permanecen en el recuerdo y las sigues tarareando días después de ver la película.
Magnífica.